NADA QUE NO SEAS TÚ PUEDE DARTE PAZ. Así concluye el ensayo que Ralph Waldo Emerson publicó en 1841 llamando a la individualidad, la autonomía y la autosuficiencia.
Si al final –dice– las obras quedan y las gentes se van, dejando familia, sociedad, gobierno y religión como referentes para unos tiempos venideros que ya no son los que las levantaron ¿por qué fiar en las instituciones y no en el propio criterio del individuo para darse sentido y autosostenerse? Al fin y al cabo, quién mejor que él o ella sabe de sí y de lo que le acontece.
Como Emerson, Marian Rojas Estapé dirigía sus avisos y consejos en “El Hormiguero” a buenos entendedores. Personas con un mínimo de sentido común y capacidad crítica. Pero, ya se sabe, la vida sigue igual. El menos común de los sentidos no abunda y el juicio crítico está, más que nunca, en estado crítico. Y ciertos mensajes pueden parecer irresponsables y peligrosos cuando se dirigen a una generalidad que adolece de madurez.
Mas el áuge del individualismo y los cantos posmodernos de autosuficiencia nos intentan hacer creer que “tú y solo tú puedes”, que si de veras lo quieres, puedes, y que si no lo consigues es cosa tuya, no de la situación, el entorno, la sociedad y demás condicionantes sobre los que tú has de estar siempre por encima.
¿Qué puede llevar a una persona a creer que puede obtener por sí misma todo lo que necesita? Autoabastecerse material, emocional y espiritualmente, dependiendo exclusivamente de sí misma, suena tan utópico como ingenuo. Pero suena bonito.
Conexiones perdidas
Echando un vistazo a los «Doce principios de autosuficiencia» en que se basan los cursos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, vemos que solo uno trata de fe o religión.
El resto, aunque se apoyen en referencias bíblicas, son técnicas de comunicación, resolución de problemas, trabajo en equipo, responsabilidad financiera, gestión de la procrastinación y la frustración, comprensión lectora, práctica de la atención… Y, con la oposición frontal de aquella opinión de Emerson, también la caridad, el trabajo en comunidad y la dedicación al prójimo. Habilidades todas que deberíamos traer de serie o incorporar en nuestra educación tanto o más que las matemáticas o la lingüística.
Todas estas soluciones podrían responder a síntomas de lo que Johann Hari hablaba en su libro “Conexiones Perdidas” y cuyas causas sociales, psicológicas, incluso biológicas si hablamos de péptidos y neuroplasticidad, son reflejo de una sociedad sonámbula, desmotivada, enajenada, enferma mentalmente. Personas que sufren por la divergencia entre sus propósitos (valores intrínsecos) y sus objetivos (valores extrínsecos) y que, se enfocan menos en el ‘quién soy y qué hago’ que en el ‘quién aparento y qué tengo’.
El ideal inspirador de la autosuficiencia aparece entonces envasado en paquetes de autoayuda como una receta contra la inseguridad, la baja autoestima, la depresión o la ansiedad en personas que son o se sienten víctimas de abusos, marginación, falta de atención o respeto y aisladas.
La cita seleccionada hoy comparte los versos centrales del poema «casa» («home body») de rupi kaur, en traducción de Elvira Sastre. Poema tras poema, la ‘instapoeta’ sij-canadiense también matiza o conculca esta misma declaración de autosuficiencia con la que titula su libro.
Por ejemplo, en otros de sus versos habla del amor y la sororidad como fuerzas empoderadoras necesarias; y reconoce que «no vas a ningún sitio sola»: llevas a los demás contigo. Así, como decía el poema de Carmen Huguet que recordamos hace unos días, cada paso que das resuena en el mundo.
Agente naranja
Aquel discurso de Emerson caló hondo en la naciente identidad estadounidense, cuyos pasos percuten y repercuten en el mundo desde entonces y que –por mucho que el país alardee de independencia y libertad de movimiento– no va solo a ninguna parte. Necesita al resto del mundo para sobrevivir; aunque solo sea porque sus antagonistas le sirven de reafirmante para estirarse las arrugas de sus creencias limitantes sobre el valor de su gran proyecto nacional.
La reciente extorsión arancelaria que Donald Trump acompaña de incentivos –los «cupones zero» con los que pretende demorar el pago de su deuda nacional durante un siglo– rebosa de fingida autosuficiencia mediática. Mantener el dólar como referente económico y financiero mundial es otra utopía. El mundo sabe de sobra que no hay mal que cien años dure.
Cada vez menos países están por la labor de pagarle una fiesta en la que los demás ponen la casa para que monte sus explotaciones, sus guerras y sus juegos de poder. Autoinvitándose para imponer sus costumbres consumistas, segregacionistas o belicistas, ofreciendo barra libre a sus amiguitos de turno y echando al resto en cara lo mucho que se le debe por regalarnos al mundo sus ideales de libertad. Quizá faltó a clase el día que explicaron que, junto a la libertad, los ideales de igualdad y fraternidad iban en pack indivisible.
Quizá habría que responder a ese tomarse libertades con otro poema, «No subestimes a la chica», de otro libro: «La chica no olvida» de Irene X. Para que reflexione sobre quién tiene más que perder, si quien abusa del poder o quien lo viene soportando con miedo.
Porque la autosuficiencia –además del título de una canción de Parálisis Permanente y un factor activo de compensación revestido de pavoneo– ¿no es acaso una utopía que, además, nos aparta de lo real, lo colectivo y lo universal?
P.S.: En nuestra playlist, la Autosuficiencia de Parálisis Permanente, Julio Iglesias (sí, tenía que estar y lo sabes), Billy Joel justificando el intervencionismo de USA, Elástica conectando, y los ángeles sonámbulos de Sigur Ros.